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Siendo ontológica y cosmológicamente huérfanos, andando el tiempo aprenderemos a comportarnos con la máxima arrogancia. La filosofía —y sobre todo los saberes y prácticas de ella emanadas— ha podido conducirnos hasta el límite mismo de nuestro poder. Ha ensanchado hasta nuevos y más alejados límites ese poder. Poder de supervivencia primero que es enseguida poder de imposición. Con todo, el poder humano de instalación e imperio sólo se define y cobra relevancia por referencia al límite contra el cual se estrella. La filosofía también nos ha enseñado a venir de vuelta de ese muro. No sólo ella, desde luego. En esta resaca destaca mucho más la poesía. En cualquier caso, no es cuestión de etiquetas. Si alguna tarea le compete al pensamiento, encontrémosla realizada en la filosofía, en el mito o en la música, aquella será la de traernos de regreso, sanos y salvos, de ese límite, del límite de nuestro poder, del límite de nuestras fuerzas.