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Lo que se pretende con este breve artículo es hacernos cargo de nuestra actual situación, de nuestro acontecimiento más radical que se nos impone a diario como filósofos de este siglo que recién comienza a andar, esto es, el problema de la desigualdad (de la muy antigua adikía), pero de una desigualdad que nos violenta constitutivamente y que no hay metafísica posible, ni la hegeliana, que pueda liberarla de su pesada carga (por lo general es todo lo contrario y lo que ocurre siempre es que a una altura de los tiempos determinada se transcribe bajo una metafísica dominante, lo cual lo único que logra es explicar y desarrollar más y más tal violencia). En el fondo es un problema muy antiguo con múltiples caras que podríamos analizarlo de un modo “topológico”, es un problema que gira en torno al lugar y los hombres, si se quiere podríamos pensarlo a los hombres-lugares, a los hombres que devienen y en tal devenir dinámico espacian tal o cual lugar siempre situado y determinado; es un problema que se da en ciertas relaciones de conexión o continuidad entre los hombres, de direcciones que adquieren dichas conexiones y que se dan bajo ciertas métricas que fijan la ligazón propia de este hombres-lugar (que somos cada uno de nosotros), y en esto se van produciendo valoraciones que se enquistan en el tejido del sentido social de la realidad.